lunes, 17 de noviembre de 2008

Encuentros indeseados


Llevaban ya un par de horas caminando cuando decidieron hacer un alto para almorzar. Se notaba que ya estaban lejos de la ciudad, el trasiego de viajeros había decaído hasta convertirse en prácticamente nulo. Sentados en la cuneta, tras una gran piedra que impedía que fueran vistos desde el camino y así evitar encuentros indeseados, comenzaron a devorar pan con queso y un poco de vino que habían comprado antes de partir de Ponferrada. No habían hablado mucho durante el viaje, al fin y al cabo eran completamente desconocidos y además Isaac no tenia facilidad para hablar con extraños y menos con una mujer joven. A ella, que por lo general solía ser muy dicharachera, le resultaba extraño aquel muchacho que se había alegrado mucho al saber que ella también se dirigía a Santiago y en seguida le había propuesto hacer el viaje juntos, a pesar de que tenía pinta de inocente, no se fiaba nada y había pasado las primeras horas del viaje con la mano bajo la capa sin soltar una pequeña daga que le había regalado su padre y que le había librado de más de un aprieto. Ahora estaba mucho más relajada y olvidándose de la daga daba buena cuenta al queso y al vino.
_ Me extraña que no nos hayamos encontrado con nadie en el camino, debemos estar ya cerca del pueblo y debería haber más trasiego, ¿no crees?
Isaac movió los hombros y sin darle más importancia siguió comiendo. Al cabo de una hora de haber retomado el camino se confirmaron las sospechas que inundaban a Susana desde que pararon a comer, se habían perdido, el camino se hacia cada vez más estrecho y angosto y por allí no pasaba ni un alma. Decidieron retroceder, pero era ya demasiado tarde, se habían adentrado poco a poco en el bosque y no eran capaces de encontrar el camino por el que habían entrado.
Estaba anocheciendo, no les quedaba mucho tiempo de luz y les pareció lo más sensato buscar una zona donde hacer una hoguera y pasar la noche lo más recogidos posible. Encontraron cerca de un claro, una cabaña cochambrosa hecha con algunas piedras y que aún conservaba alguna rama de lo que antes fue el techo, parecía llevar tiempo abandonada. Decidieron pasar la noche allí, tapando un poco la puerta estarían a salvo de las fieras y pasarían desapercibidos si había fugitivos por el bosque.
Isaac estaba muy cansado y se durmió enseguida, pese a ser la primera vez que dormía tan cerca de una mujer, salvo su madre, la cabaña era tan pequeña que prácticamente dormían uno a un palmo del otro. A ella, que había vuelto a agarrar la daga, le costo más, no creía que el muchacho fuera peligroso, pero la vida le había enseñado a ser prudente. Empezaba a apoderarse de ella el cansancio cuando le pareció ver por el hueco que dejaban las piedras un destello. Sobresaltada se asomo con cuidado, pero no vio nada. Cuando se iba a recostar de nuevo lo volvió a ver, esta vez claramente y otro un poco más lejos. Se le heló la sangre cuando un soplo de viento llevo hasta ella el tintineo de varias campanas.
Acercándose con cuidado a Isaac le despertó al tiempo que le tapaba la boca para que no gritara. Él se despertó asustado, la noche estaba clara y al abrir los ojos se encontró con los de Susana que le miraban fijamente desorbitados, se acercó al oído de Isaac y en un susurro le dijo:
_ Leprosos

Yo, de egipcia se supone


lunes, 10 de noviembre de 2008