viernes, 19 de septiembre de 2008

Preludio


"Este es un día muy triste para todos, despedimos al que fue nuestro maestro, nuestro médico y sobre todo nuestro amigo, despedimos a ese hombre pequeño y de aspecto bonachón que un día por accidente apareció en nuestra vidas y jamás le dejamos marchar". Toda la aldea se encontraba presente, el cielo estaba muy oscuro pese a que apenas eran las cuatro de la tarde y se había levantado una fría brisa que tensaba todos los músculos de la cara y hacia apretar los dientes. Pese a que aparentemente todos escuchaban las emotivas palabras del Padre, en realidad, tenían la mente y algunos la mirada fija en él, Isaac notaba esas miradas, se sentía incomodo y habían comenzado sudarle las manos. Pese a ser un joven corpulento, de piel curtida por muchas horas al sol y muy vigoroso, esa mañana estaba blanquecino, como muerto, unas profundas ojeras violáceas y su pose cabizbaja y meditabunda ayudaban a hacerle parecer como un espectro.


El paisaje no podía ser más desolador, en aquella esplanada seca, llena de ancianos vestidos de negro y gris, con el cielo a punto de estallar y las palabras del predicador haciendo eco por las calles de aquel pueblo fantasma. Una figura destacaba entre los congregados, la de Isaac, que en otras circunstancias habría sido un punto de color en aquel oscuro paisaje, hoy, lo hacia parecer más patético. El sermón terminó, y tras unos segundos de silencio solo roto por el silbido del aire, el joven hizo acopio de valor y acercándose al pastor, se quedo parado delante de todos sus vecinos. Totalmente quieto, con la mirada fija en el suelo, intentando contener el corazón que se le salia del pecho, tomo aire y mirando directamente a su madre, por la que había sacrificado tanto, habló. "Todos sabemos que cuando se topo con este pueblo se dirigía a Santiago y que su última voluntad era ser enterrado allí, yo llevaré sus restos a la ciudad. Se que es un viaje peligroso, pero es lo que debo hacer por quién nos ayudó tanto". Su madre, pese a que sabía lo que iba a hacer no pudo contener la emoción y se hecho a llorar. Hacia años que no quedaba ningún joven en el pueblo, habían emigrado a la ciudad en busca de un futuro mejor, sólo él se quedo para cuidar a su madre, pero ella ahora había rehecho su vida. Había llegado el momento que tanto había temido. "Mañana saldré a primera hora, con las cenizas para que pueda descansar en la ciudad que más amo, pese a que nunca estuvo allí, en Santiago" así terminó el muchacho y se marchó, sin esperar las reacciones, a preparar el viaje.

2 comentarios:

Marty dijo...

Buen (aunque triste) comienzo. Parece el inicio de un gran relato.

Anónimo dijo...

Tremendo. Mezclas un toque de misterio con los retazos de lo que se muestra ya como el incipiente comienzo de una auténtica historia. Sigue así, tienes estilo propio.

Saludos malávicos.